miércoles, 28 de marzo de 2007

Oración de Jeremías

En el templo ante el pueblo
proclamas la Alianza.
Aquella que hace tiempo
fue dejada y olvidada.
Nadie soporta tu clamor
y eres callado a la fuerza...

En la noche adolorido
bajo el cepo del desprecio
atormentado por la herida
solo y sin consuelo,
te preguntas no por tus dolores
sino por el grave silencio
y humillado, al cielo alzas tu queja.

¿Dónde está la Voz
que me despertó
como florido almendro?
Aquella que como suave susurro
me quemaba la boca y las entrañas.
¿Donde estás en la noche del silencio?

Quisiera no servir,
revocar el mutuo acuerdo
alejarme y perderme
olvidar mi Dios, mi pueblo.
Pero hay algo en mí me quema
que no es ni suave voz ni llamada,
sino un desgarrado lamento.

¿Dónde está la Voz
que me despertó
como florido almendro?
Aquella que como suave susurro
me quemaba la boca y las entrañas.
¿Dónde estás en la noche del silencio?

Es tu Alianza, oh Señor,
que nadie observa y que envilecen.
Es el suave lamento,
que me llama y me estremece.
Es el ruego que me llega
y me llaga profundamente;
un deseo que me toca
y me pide vehementemente

Que yo sea fiel,
que no te olvide,
que no te arroje ni desprecie
que no rompa el último eslabón...

¿Dónde está la Voz
que me despertó
como florido almendro?
que de mi ha hecho
Alianza viviente

viernes, 23 de marzo de 2007

De mis cosas no

De mis cosas no, Jesús
de las tuyas.
¿Qué es mi vida sino estrago?

De mis cosas no, Jesús
de las tuyas.
Que quiero saltar al ser vivido
sin límite final
todo él henchido de luz,
verdad, razón.

De mis cosas no, Jesús
de las tuyas.
Y abandonar como carcasa
luchas sin razón,
despertares sin esperanza.
Y contigo rozar con las yemas del corazón
lo que merece ser vivido sin final.

De mis cosas no, Jesús
de las tuyas.
Sangre, amor y entrega
todo ello con sentido.
Donde el lenguaje es sí, sí, no, no
y los hechos significan las verdades.

De mis cosas no, Jesús
de las tuyas.
Y con tu Madre vendrá el arrullo suave
y la paz. Amén.

miércoles, 21 de marzo de 2007

El viejo

A las últimas horas del poeta Francis Jammes, amigo de Paul Claudel. Su sed de absoluto en la belleza le llevó al Dios verdadero.

Tañen de nuevo las campanas
llegando sus ecos al zaguán.
No es el capricho del viento,
sino la dulce mano
de Dios que siempre llama.

Los niños ríen sin dar cuenta,
las mujeres en sus tareas
sobriamente lo comentan,
pero el viejo, ¡ay el viejo!
las oye y llora.

Tañen las campanas
y las lágrimas vibran.
En el corazón algo se expande
y en la mente todo se orilla.
Es Dios quien se acerca
mecido en nueva brisa.

Las lágrimas lo dicen,
cayendo en el viejo suelo;
cuentas de rosario humano
horadando la morada
del último reposo.

Sí, son las campanas que llaman
gota a gota
sabedoras de los amargos trances
del alma sola
que en azaroso viaje
hacia el fin se acerca.

Sonido suave y eterno,
siempre el mismo;
es el viejo quien cambia
es Dios quien llama
es el alma que llora...
....y ora.

Primaveras en que todo
posible y nuevo es.
Veranos en los que el arrebato
es la ley del que está en la cima.
Otoños que son inmobles testigos
de fuerzas que sin decirlo ceden.
¡Y ahora el invierno
en que el corazón sabe
cuán grande es la vida
que vale toda la sangre
de Dios que llama... que llama!



Nadie dió cuenta del viejo
que se alejó del zaguán.
"¡Campanas, campanas que llaman
y tocan a muerte
en un cielo
que solo por Dios meta tiene!
¿Dónde te escondes,
Tú que llamas, Tú que enciendes?"

Y el viejo va
con constante paso
por las sendas marcadas
por olmos y álamos
que con él han crecido
oyendo el divino paso.
Solo testigo queda
un reguero de llanto
que la vieja tierra cubre
haciendo de su olvido un nuevo canto.

Ni el céfiro, ni el tramontano,
ni los exóticos monzones
pueden mellar ya el ánimo.
¡Solo la divina brisa
que con sabia mano dirige
quien todo lo ha creado
encuentra un rincón en el viejo
y tierno corazón, que todo lo ha dado!

Última es la senda
que los cipreses marcan
guardando, como tronos y virtudes,
la terrena morada de la Gloria.
¡Y al final el campanario
desde el que Dios con paciencia llama!

Última estación, última morada.
El viejo niño, cara a cara
ante el sagrario de la vida
todas sus cuentas gasta.
Las campanas suenan,
la luz le envuelve:
quien sin temor dió su vida
sin miedo por fin, la rinde.

Tañen de nuevo las campanas,
para siempre y sin cesar.
El viejo ya no llora
sino vuela
vuela a la eternidad.